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jueves, 16 de mayo de 2013

MI VIDA ES PURO TEATRO



Crecí entre bambalinas, mi padre era director de teatro, y desde los 12 años ando subiéndome a los escenarios.
Mi debut, fue con una comedia musical infantil “La Tierra de Jauja”, basada en pasos de Lope de Rueda, y en entremeses de Cervantes. Yo iba a todos los ensayos y me sabía la función de memoria. Un día, falló la actriz que hacía el personaje de “Menegilda”, una criadita cómica, y le dije a mi padre que yo podía hacerlo, así que me puse a ensayar y a los pocos días tuvimos un bolo en un hospital de niños y allí me estrené. Estaba tan nerviosa que salí con la mascara que llevábamos, puesta en la frente. En esa función conocí a José Luís Gil, que teniendo solo algunos años más que yo, me ayudaba a pintarme unos coloretes que llevaba en las mejillas, y para eso, yo tenía que subirme a una banqueta, porque él era bastante más alto la verdad.
Le empecé a coger gusto al maquillaje, y tomaba prestada la barra de labios rojo pasión de una compañera, en cuanto esta salía al escenario, y me pintaba todo lo que podía. Rosalía, que era como se llamaba mi compañera, aún siendo mucho mayor que yo se convirtió en mi mejor amiga. Unos años después se casó con un ingeniero naval que destinaron a Portugal, y se fue a vivir allí. La visité en varias ocasiones y así aprendí a viajar sola y al extranjero, pues hasta entonces me había movido mucho estando de gira con la compañía, pero siempre por España y acompañada de mi familia. Recuerdo una vez en el Monasterio de Piedra en Zaragoza, me quedé maravillada viendo los nenúfares flotando en “El lago del espejo”, curioso nombre para un estanque lleno de lodo, pensé que podría chapotear en el agua como Gene Kelly en “Cantando bajo la lluvia”, así que di un paso adelante, y me hundí hasta las cejas. Mi madre en un acto heroico, me agarró de los pelos y tiró hacia arriba, hasta que consiguieron sacarme entre varios miembros de la compañía. Me llevé la esperada reprimenda y fue el actor Saturnino García, el que me prestó su anorak, para que me lo pusiera en lugar de la ropa mojada.
Estando de gira, creo que fue en Barbastro (Huesca), mientras comíamos en un restaurante, se acercó el camarero y me dijo que había alguien que quería hablar conmigo. Salí a la puerta, y una niña de mi edad, me dijo que le había gustado mucho cómo trabajaba y me regaló un collar hecho por ella con estrellitas de pasta y tostado con la plancha. Me quedé atónita, pues a mis 12 años, y siendo la tercera de 10 hermanos, era la primera vez que sentía que alguien reparaba en mí. Son esas sensaciones que empiezas a tener con el público de teatro, y ya nunca más puedes deshacerte de ellas. Ese es el veneno del que siempre hablan los actores.
Recuerdo una vez que invité a una de mis profesoras a que viniera a verme al teatro Monumental de Madrid, y como llegó antes de tiempo, me encontró sentada en un banco del vestíbulo haciendo los deberes. Ese lugar era mi habitación de estudios.
En el teatro me enamoré por primera vez de un actor que jamás me hizo caso, pues me veía como su hermanita pequeña y además con el tiempo se fue a vivir con un hombre. Y de esa manera en el teatro también normalicé la homosexualidad.
Entre bambalinas empecé a fumar. A una compañera le habían regalado un pipa, y durante la función, yo se la tomaba prestada, y encerrada en una cabina de los baños de los camerinos, yo sola y escondida me fumaba una pipa entre escena y escena. Otras veces en una televisión pequeña que había, veía los dibujos de “Heidi”, que emitían los sábados por la tarde, en el único canal de televisión que existía.
        De aquella función fui pasando a otras, y de personaje en personaje, hasta que en el año 80 mis padres se separaron y él se fue a descubrir las Américas. En el año 83 decidí que mi profesión sería esta y empecé a trabajar por mi cuenta.
        Estando mi hermano mayor en los ensayos de la obra “Mata-Hari” dirigida por Adolfo Marsillach -pues él era el director de orquesta- le pedí que me dejara acompañarle. Me pasaba por el teatro Calderón cada día, me sentaba en las últimas filas del patio de butacas, y veía los ensayos exactamente igual que cuando era niña. El día del estreno le dio un infarto a la actriz Silvia Casanova, y la mujer de Marsillach, Mercedes Lezcano, tuvo que sustituirla. Yo le dije a mi hermano que me sabía el papel que se lo dijera a Adolfo, y dicho y hecho: Mercedes ensayó conmigo para la prueba que me hizo Marsillach, y esa misma noche debuté. A los tres meses volvió Silvia a su papel y la compañía me despidió en mi camerino entre aplausos, con un montón de regalos y una nota de Adolfo que decía: “Tu nombre siempre estará pegado a mi historia de Mata Hari”.
          Todas mis primeras vivencias las recuerdo asociadas al teatro, y sin embargo le fui infiel durante casi 10 años en que dejé de subirme a un escenario pues decidí probar suerte en la tele y el cine. Otro mundo.
           Hace unos años retomé las tablas y volví a estar en casa, entre bambalinas. Ahora estoy haciendo bolos junto a la humorista/periodista Marta Nebot basados en mi libro “MISs tupper SEX; Sexo manual para mujeres abiertas” y lo llamamos: DIÁLOGOS DE SEXO Y HUMOR.
Os espero en todas las ciudades de España, para seguir sintiendo ese veneno que tenemos por el teatro.

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